20 ago 2010

¿Dentro o fuera?



Francisco escribió el otro día un artículo refiriéndose a los sentimientos y sensaciones durante la escritura del capítulo 32 de esta novela, cuya pluma dio forma vigorosa y magnífica.
En los comentarios al mismo, Ana Joyanes, expuso sus propios sentimientos.
El resumen de ambos, creo, es el título de este articulillo: ¿Dentro o fuera?
Lo pregunto de otro modo. ¿El escritor está dentro del personaje, se metamorfosea en él, o actúa como una cámara que filma lo que ve sin que le vean?
Mi opinión es que depende.
Hay ocasiones en que estás dentro y en otras estás fuera. Unas veces te conviertes en cámara de rayos X que es capaz de radiografiar hasta los suspiros del personaje, en otros momentos eres el más sagaz de los reporteros dicharacheros del barrio, en los más excelsos instantes del oficio, algo/alguien, se apodera de ti y no eres tú exactamente, mientras que otros casos eres un detective, más o menos sagaz, que, más que ver y anotar, investigas…
Y en el último capítulo he sido un detective.
Y no es la primera vez.
Cuando escribí Muerte en noviembre (que es novela policíaca) fui reportero que seguía a un periodista y al policía. Acabé agotado. Pero cuando escribí Aquel sábado lluvioso, (que no es policíaca, ni de cerca) al menos en un capítulo me sentí detective, porque por casualidad descubrí la llave que me abriría la puerta que se me cerraba...
Pero un detective torpe.
Así me he sentido al escribir este capítulo 33. Lo descubrí de sopetón y eso que lo tenía delante de mis narices... nunca mejor dicho.
Les cuento...
Sophie había entrado en casa, después de haber dejado a medias y de mala manera su famoso programa en Radio Britannia, y de paso haber dejado a Escobedo más mosqueado que un pulpo en Galicia, o que un cochinillo en Segovia (no hiramos susceptibilidades, que no es eso). Llegué tarde, ya había cerrado la puerta. Me di cuenta que no dormía. Lo primero que descubrí es que no lo había hecho en toda la semana. Y que estaba intranquila muy intranquila. Uno, obviamente, iba avisado, pues los compañeros ya habían especificado algunos detalles que facilitan (y mucho) la tarea: Amy había muerto, la habían enterrado en un acto emotivo y tranquilo y, unos días más tarde, Sophie surgía renovada y fuerte.
Me pregunté qué había sucedido en el interior de Sophie para que se produjera ese cambio. Y claro no me quedó más remedio que disfrazarme de detective. En realidad esto fue una solución un poco desesperada, porque, con mi habitual cara dura, esperé a que llegara ella a mí y tomara mis dedos como hizo en otra ocasión y me ahorrara la escritura del capítulo, pero esta vez creo que dijo que a mí me pagan en esta empresa por escribir así que ya estaba bien de tanto escaqueo.
Me vestí con la gabardina, el sombrerito, llevaba la lupa y saqué a pasear la vieja pipa. No, no teman, no encendí el artilugio, pues no se trataba de dejar rastro y menos aún huellas aromáticas, pues ya sabía yo gracias a mi compañera Dácil que esta joven tiene capacidades para descubrir en cualquier aroma un montón de cosas, en realidad lo hice por una cuestión de tradición: ¿hay algún detective que se precie que camine por las calles británicas sin una cachimba en sus manos?
Por suerte había otra pista entre los capítulos de los otros seis mosqueteros, Dácil había dejado caer que Deborah, melena ondeante al viento, estaba al lado de nuestra protagonista en el momento del entierro. Esto fue suficiente para deducir (‘Elemental, mi querido Watson’) que la investigadora privada había actuado como amiga en estos días. Esa gran amiga que ofrece lo mejor de su hospitalidad para acoger el sufrimiento de Sophie…
Como Sophie no hacía otra cosa diferente que pasear por la casa en silencio y suspirando, decidí acercarme donde vive Deborah, por ver si ella me ayudaba en algo. Y allí es cuando me di cuenta de todo. Fue una revelación... En realidad una ventana iluminada llamó mi atención. La descubrí mientras abría la caja fuerte de su estudio. Y entonces caí en la cuenta, esta fue la casualidad, la suerte que a veces de modo inexplicable sonríe a los escritores: Deborah recibe salarios de más de un pagador.
‘¡Cuidado, Amando! ¡Cuidado con Deborah!’ pensé.
Retorné rápido a la casa de Amy y llegué a tiempo. Sophie había tomado su cuaderno, y la observé justo en el instante en que su nariz se encogía levemente, y su mirada, casi automáticamente, parecía descubrir el cuchillo de la traición.

20 comentarios:

FranCo dijo...

Tras el post que escribí en referencia a la abducción que sufren o sufrimos los escritores, Ana J. apunta que se tiene que meter en la piel de los personajes y suele escribir desde allí dentro. Es cierto y suele pasar. Y amando viene aquí a decir que toma la pipa y la gabardina y se convierte en detective. En mi caso son pocas la veces que escribo desde esas posiciones. Yo suelo hacer de notario cuando escribo en tercera persona. Me sitúo al lado de la acción o junto a la mente y sentimiento del personaje y doy fe de lo que veo o siente, soy solo un notario. Es evidente que levanto acta desde mi punto de vista y prisma. Casi siempre desde la imaginación, desde un viaje astral, pero también físicamente y de forma presente sentado en una cafetería, en un centro comercial o la visita a un cementerio me sirve de inspiración para un texto. De lo allí presenciado, escuchado o sentido, posteriormente levanto acta y soy el notario que da fe de lo allí acontecido.

María dijo...

Después del pedazo capítulo que nos regalaste el sábado-domingo, vas y te permites el lujo de escribir, este "articulillo" explicativo de como y casi por casualidad, te salió tan perfecto, pues el día que te concentres que va a pasar, ¿pero tu eres consciente de lo que haces?

Amando Carabias dijo...

Ojalá, FranCo, pudiera tener esa capacidad de escribir en una cafetería o en un centro comercial. En lugares tan llenos de personas me dedico a observar, si es que no me atosiga mucho la multitud, que esa es otra.

María, sinceramente, no creo que sea para tanto. Es trabajo, eso sí, y a veces más duro, a veces más divertido. Pero sobre todo pasión. Una pasión que ya me parece indestructible.
Y de todos modos, muchísimas gracias por tus palabras, aunque me sonrojen.

Flamenco Rojo dijo...

Te veo más de Profesor Watson que de Sherlock Holmes...Cosas mías.

Un abrazo.

Isolda Wagner dijo...

Perdón, ¿cuál era la pregunta?

Voy a soltar un joder en alto; ya: bueno, tres; no veo otra manera más gráfica de decir cuánto me ha gustado este 'articulillo' como dice María.
Pues lo dicho y además gracias, por contarlo.
Besos.

Amando Carabias dijo...

Flamenco e Isolda muchas gracias por vuestros comentarios.
La verdad es que tienes razón, Flamenco, mi capacidad para resolver crímines, robos y otro tipo de delitos es más bien limitada.

Ángeles Hernández dijo...

Escribir ya sea como transcriptor/Notario de la realidad observada o bien introduciéndose en el pellejo del/los personajes, siempre está el autor metido en la historia.

No todos interpretamos igual un mismo hecho observado, ni la subpersonalidad adquirida va a ser idéntica según quien la "viva".

En mi opinión, no podemos escribir de lo que no conocemos ni dejar de ser nosotros mismos en el papel.

Amando Carabias dijo...

Escribir sobre lo que no se conoce es imposible; en eso tienes razón.
Pero en lo otro...
No sé, yo no estaría tan seguro...
No me considero un asesino y he tenido que escribir sobre el asesino. No me considero un detective, como acabamos de convenir, y sin embargo he actuado como tal...
Es verdad que quizá siempre quede un poso de uno mismo, eso que llamamos estilo, pero cuanto más te alejes de ti mismo y te intentes meter en la piel del personaje, mejor para el relato...

Ángeles Hernández dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ángeles Hernández dijo...

Creo que no me he debido explicar bien:

No he querido decir que para escribir sobre un asesino haya que ser un asesino, sino que ne el caso de que alguien , como Ana , necesite meterse en la piel del personaje, lo más probable es que la resultante sea una mixtura entre ella misma -cómo ve Ana y qué opina de aquél en quien se metamorfosea- y el propio personaje en sí del que obtendrá toda la información posible, que tratará a su manera y según su forma de ver la vida.

En cuanto al observador notario, estoy segura de que un mismo hecho visto por ti y por mí y luego contado por los dos -salvando las distancias de calidad literaria- sería bastante distinto. Cada uno lo miraría desde un punto de vista, daría importancia a unas cosas y no a otras, sacaría diferentes conclusiones etc.

Porque, quien escribe no es una máquina, es un ser complejo, con su mochila de experiencias y condicionantes, filias y fobias etc para bien y para mal.

Eso creo.

Ana J. dijo...

Poco tengo que añadir a vuestros comentarios, sólo que es una gozada leerlos y reflexionar con ellos
Besos a todos

Ana J. dijo...

Poco tengo que añadir a vuestros comentarios, sólo que es una gozada leerlos y reflexionar con ellos
Besos a todos

Ana J. dijo...

Poco tengo que añadir a vuestros comentarios, sólo que es una gozada leerlos y reflexionar con ellos
Besos a todos

Ana J. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ana J. dijo...

Aunque sea un poco tarde, hay algo que siempre me causa perplejidad y que parece un axioma para el escritor: hay que escribir sobre lo que se conoce/no se puede escribir de lo que no se conoce.
En este post vuelve a aparecer.
Creo que tal vez mi mentalidad germánico-espartana me hace tomármelo todo en estricta literalidad. Por eso me inquieta pensar que si no he ido nunca al espacio exterior no podré describir la sensación de pasear entre las estrellas o encontrar vida alienígena; que si nunca he sido infiel no podré reflejar lo que siente una mujer que engaña a su pareja; que si nunca he sido abandonada por mis padres no podré entrar en la piel de un huérfano.
Supongo que ese axioma se refiere a rebuscar en tu interior sentimientos y creencias que volcar en forma de ficción, pero no sé si eso me inquieta aún más. Cierto que todos tenemos un asesino en potencia, pero yo no creo tener un estafador en potencia dentro de mí... Espera, Ana, ¿ser asesino en potencia es mejor que ser estafador en potencia? ¿Te estás delatando igual que cuando entras en el interior de un personaje débil y dependiente o en el alma de una trabajadora del sexo?
Puede parecer que me expreso con ironía. Nada más alejado de la realidad. ¿Hay alguien que pueda explicarme el dichoso axioma?
Besos a todos

Dácil Martín dijo...

El dichoso axioma. El otro día oyendo una conversación, en la que intervenía un científico, se comentaba sobre la carga de información que transmitía la genética a las nuevas generaciones que aún no habían experimentado vivencias propias. Una carga de información que trae de cabeza a muchos genetistas. Parece ser que los hijos de artistas, de intelectuales, de suicidas, de asesinos, de cocineros..., sin haber convivido siquiera con sus progenitores, son propensos a repetir similares experiencias que las vividas por sus padres. Por eso me pregunto, a raíz del dichoso axioma, si la información genética que tan celosamente guarda nuestras células y que ha sido transmitida a lo largo de millones de años, más cerca, de miles de años, más cerca, de siglos, ¿tendrá de alguna manera memoria que podemos percibir o recuperar, y que sólo emerge cuando la incitamos mediante el arte, la literatura, o simplemente mediante el ejercicio de ponernos en el lugar de otros, sea una persona, un perro, un árbol, un alienígenas. ¿Esta práctica se puede extender a los animales? ¿Puede un caballo soñar con ser su jinete? ¿Sueña el gato con querer volar como una pájaro? Dichoso axioma

Amando Carabias dijo...

El problema, Ana, a mi modo de ver, es una cuestión casi aristotélica.
De entrada parto de la base de que ese axioma es cierto, y, por tanto, lo suscribo.
Pero hay que resolver una cuestión previa: ¿Qué se entiende por conocer?
Si nos vamos a la cultura hebrea, y en general semítica, conocer es igual a experimentar. Pero hay otros modos de conocimiento que no necesariamente pasan por la experimentación en primera persona, pero sí con haberse informado en diferentes niveles: documentación, lecturas, conversaciones, testimonios, entrevistas, películas, documentales, intuición, sensibilidad..., y también la propia experiencia, claro.
El caso que citas del asesino es paradigmático. Para hablar de un asesino, los escritores no tenemos que asesinar. Al menos nunca he asesinado, y tengo unos cuantos cadáveres esparcidos por mis textos. Sería terrible que hubiera tenido que degollar a alguien para escribir sobre un alfanje que saja un cuello desprotegido.
En general, me parece, cuando se afirma que no se puede escribir de lo que no se conoce, se está diciendo que no se pueden escribir sobre ciertas cosas sin tener una cierta experiencia vital amplia, que no necesariamente tiene que coincidir con más o menos años de vida.
Y además no podemos olvidar que la imaginación también es una buena aliada (diríamos que imprescindible) para quien escribe. Poner a la loca de la casa (santa Teresa dixit) a trabajar en ciertas ocasiones nos puede ayudar más de lo que parece a ponernos en determinadas situaciones que de otro modo sería imposible. Se me ocurre, por ejemplo, ¿cómo un escritor puede describir con tanto detalle una batalla entre un elfo montado sobre un dragón, contra un suelfo?

Amando Carabias dijo...

Por no hablar, Dácil de lo que apuntas. Esto es algo que siempre me ha intrigado, porque hay más de un caso en que los hijos continúan con las aficiones o tendencias de los padres.
No es cuestión científica, ni se da en todos los casos. Además ocurre que cuando alguien en una familia destaca de modo sobresaliente, el resto, aunque continúen con su afición o vocación, es como si no fuera lo suficientemente original. Pero está ahí, sin duda.
Siempre que se habla de este asunto me viene a la memoria la familia de los Bach. Años después en nuestro conocimiento sólo figura Johan Sebastian Bach. Pocos saben que en realidad formaba parte de una saga de músicos que había comenzado desde varias generaciones atrás, cuando la familia de sus abuelos formaba una especie de trupé, para entendernos, que recorría pueblos y fiestas... Y después de él, varios de sus hijos continuaros con su oficio. Incluso se dice Carl Philipe Emanuel llegó a tener más fama que su padre...

Anabel dijo...

No sé si esto va a servir para clarificar algo, pero yo me comparo con una actriz. Una actriz ha de interpretar papeles que, la mayoría de las veces, nunca ha experimentado en su vida. Sin embargo, lo hace y, si es buena, nos lo creemos a pies juntillas.

Para mí la verosimilitud de lo que escribo (de la actuación de un actor) es fundamental. Para ello no creo que haga falta haber pasado por esa misma experiencia (esto sería el método Strasberg) para escribirlo bien. Sólo hay que echar mano de una buena información, de la observación y, si es posible, recurrir a alguna experiencia íntima y personal que nos pueda servir de ayuda al aplicarla (más o menos, método Stanislavski).

Aquí iría la anécdota Hoffman-Olivier en la película "Maraton man". El método Actor's Studio versus flema y buen saber ingleses. A elegir.

Vaya rollo os he metido.

Ana J. dijo...

Creo que vuestros planteamientos acerca de lo que supone "conocer" y "escribir de lo que se conoce" son bastante más aceptables para mi cabeza cuadriculada que la interpretación simplista que suele agobiarme cuando recuerdo el axioma y, más aún, cuando muchos me insisten en lo maravilloso que sería que plasmara mis experiencias, ya sabéis, ejercer la medicina por la mañana, escribir sobre enfermos, colegas y enfermedades por la noche. Moriría por sobredosis, pero esa es otra cuestión.
Dácil, esa teoría del recuerdo genético me parece muy interesante. En realidad, supongo que está en la base de lo que se llama el inconsciente colectivo, sólo que descendiendo a cualidades más concretas y más familiares que colectivas. Lo del caballo soñando con ser su jinete... guau!!!
Amando, tal vez, entroncando con esa teoría, mis conocimientos vengan de otras vidas, cuando fui suelfa o, lo más probable, dragón. Aunque me inclino a pensar que "la loca de la casa" es la culpable, en gran medida, de que seamos capaces de meternos en los zapatos de un asesino o una madre.
Anabel, creo que has dado en el clavo, al menos en mi caso. La sensación es más la de ser una actriz que entra en la piel del personaje aunque, por supuesto, con "la loca de la casa" oficiando de guionista.
Un abrazo grande, grande de dentro afuera