Presentación

Palabras de Elsa López, en la presentación de Oscurece en Edimburgo:




AMANECE EN EDIMBURGO


Las siete plumas, los siete magníficos, las siete palabras o las siete piedras preciosas de la corona del rey Arturo. Cualquier elemento de nuestro entorno que se vea adornado con esa mágica palabra puede darse por contento: sabe de antemano que la suerte lo acoge y bendice.

Benditos pues estos siete escritores que se han lanzado a la aventura de escribir un libro en común y al más difícil todavía de editarlo y convertirlo en un objeto que toma la forma que merece. Capítulo a capítulo, los siete han ido hilvanando una historia que, al margen de criterios académicos al uso, resulta atractiva. Tanto, que la novela no te permite que la abandones entre los textos que acumulas en un rincón y les prometes volver.

Quise leer la novela sin contaminarme. No quise entrar en el blog que los propios autores recomendaban ni quise participar de lo que para ellos había sido algo que iba más allá del puro juego literario. Los autores se presentaban como un grupo que había escrito una historia que ofrecían como un producto cerrado en el que habían intervenido todos ellos. Cada uno había escrito sus capítulos o las páginas de una historia que continuaba según cada cual disponía que lo hiciese. Todo eso se me ofrecía como un apartado divertido pero no necesario para hacerme buena su lectura. Desde el primer día que la cogí en mis manos y necesité saber qué ocurriría en las páginas siguientes, supe que estaba enganchada. Y esa era la primera clave para decir sobre Oscurece en Edimburgo que era un buen libro: el lector no puede despegarse de la historia y necesita saber, capítulo a capítulo, qué va a suceder con ella en los siguientes.

Luego jugué a volver a atrás y a querer saber quién escribía qué. Al principio me costaba, luego alcancé el ritmo de cada uno y ya los distinguía. Pero solo era un juego. Como el de ellos. Ni más ni menos. No miraba los nombres que aparecían a la derecha de la mención de los capítulos. No me importaba ya quien los escribía. Daba igual. No los miraba y, algunas veces, yo misma entraba en el juego y me obligaba al acertijo: este es de Dácil Martín, o este es de Inmaculada Vinuesa, o este que sigue es de Marcos Alonso… Y acertaba, aunque no siempre, cuál había sido el autor de esas páginas. Luego consideré que no era necesario entretenerme en tales lides. A los pocos capítulos supe que ya no era necesario, es más, no necesitaba saber quién escribía la historia que me mantenía sujeta a sus páginas. El tono de la novela se mantenía sin perder el ritmo o la medida de su intensidad y a medida que crecía la intriga crecía mi necesidad de lectura y el querer saber qué sucedería en las páginas siguientes; qué nueva posibilidad me ofrecería cada nuevo capítulo. Ya no existían los autores ni sus diferencias ni sus criterios literarios. La novela iba adquiriendo, conforme avanzaba en su lectura, una unidad y una fuerza, tal, que hacían imprescindible su lectura.

Era el libro el que se alzaba poderoso como una entidad propia, como un uno compacto. Y esa era la razón fundamental para sobrevivir: era una novela. Solo una. No siete novelas o siete pedazos hilvanados al desgaire: no. Era un libro, cerrado, rematado, como un ejercicio de narrativa escrito por una sola mano. Hay pequeños deslices de autor que señalan al que es más escéptico, más erótico, más romántico, más agresivo, más aventurero, más triste… pero poco más. No hay textos hilvanados de manera forzosa ni hay yuxtaposición de textos, hay una verdadera fusión de estilos (exceptuando esos pequeños deslices que ya mencioné). No es un efecto de espejos que se miran entre si o que entre si se encadenan. Es una ficción reinventada por varias voces. Como una orquesta que interpretara una pieza única y cada instrumento recreara esa melodía. Oscurece en Edimburgo (precioso título, por cierto), es una novela larga con una historia compleja y unos personajes llenos de singularidad que viven encerrados en el laberinto de una ciudad reinventada para ellos por los autores de esta novela.

En el prólogo o dedicatoria al lector y a manera de presentación se nos dice a modo de testimonio literario que “En una novela, el lector se acomoda a la voz que traza un narrador, una voz que, a lo largo de la historia pueda tomar diferentes matices, pero al fin y al cabo una sola. Sin embargo, ¿cómo conseguir que esa voz parezca única, cuando proviene de siete gargantas distintas? Éste, a nuestro modo de ver, ha sido uno de los retos que se han superado en esta novela. Te vas a encontrar con siete modos de hablar que se han fusionado entre sí hasta formar una coral de sonido compacto y unísono."

Ciertamente. Una buena orquesta con una buena partitura y un director invisible que dirige correctamente esta sinfonía. Los autores del libreto tienen una extraña relación entre sí que convierte Oscurece en Edimburgo en un fenómeno curioso de escritura colectiva que intenta responder a esos criterios, precisamente. Hace muchos años se puso de moda entre los poetas repetir el juego de hacer cadáveres exquisitos. Cadáveres poéticos. Los poetas se reunían doblaban un papel en tiras de poco más de un centímetro siguiendo la composición de las varillas de un abanico. Cada uno escribía un verso en el pliegue que le correspondía sin saber lo que el otro había escrito. Luego se abría el abanico y leíamos el poema. Era un poema colectivamente escrito y como tal existía. Hace menos de un año recibí una extraña proposición: escribir un poema en espiral. De todas partes intervenían poetas. Cada palabra del último verso de la poesía que te precedía era la palabra que debía usarse para comenzar el próximo poema. La última palabra del poema que recibías, se encadenaba con el siguiente poema de la autora que participaba en la cadena. Lo de espiral era casi un símbolo, porque nadie ascendía al escribirlos. Solo se encadenaba en el crecimiento de un poema universal.

En la experiencia de Oscurece en Edimburgo, cada capítulo se encadena al anterior de una forma abierta. El autor que continúa la historia lo hace conociendo lo escrito en el capítulo anterior, poco más. El resto es libertad para narrar, para escribir de cierto modo, para inventar… La escritura de cada autor definirá su capítulo. ¿Podría haber escrito la novela un solo autor? Podría. No me cabe la menor duda. ¿Podrían mentirnos y hacernos creer que varios autores han participado en ella y que, incluso, se han fotografiado juntos en la solapa como si fueran un equipo bien engarzados los unos en los otros? Podrían. En el mundo de la literatura, como en el mundo del arte, todo es posible. Pero lo cierto es que han sido siete plumas, siete estilos, siete miradas, las que han conformado, tramo a tramo, el contenido de esta novela.

La creación literaria, como creación que es, puede entenderse como una armazón que contiene distintos elementos a cada cual mejor en su propia esencia con buenos o malos resultados según sea la urdimbre del elemento que contiene a los demás. Es evidente que Oscurece en Edimburgo es un proyecto colectivo y que se trata de un ejercicio literario donde cada “momento” musical se encadena al siguiente como una gran partitura. Ellos lo llaman “carrera de relevos” yo lo llamaría sinfonía. El proceso nace en el blog “La Esfera Cultural” en el que Francisco Concepción lanzó la idea y desemboca en otro blog, “7 Plumas” donde se escribió la primera versión de la novela. Como el comienzo de una gran aventura me imagino sería el comienzo y en ella se embarcarán siete autores llenos de miedo y de ilusión con ganas de pasarlo bien y de escribir, escribir, escribir como una meta, un desafío y una esperanza. Las condiciones, las normas los turnos de escritura, el número de capítulos por semana, los días (miércoles y domingo), la hora límite para publicar (las doce de la noche del día citado) y en caso de que alguno de los autores no lo hiciera cuando le correspondía, el turno pasaría al siguiente quien editaría su texto en la fecha prevista inicialmente, etc., son accesorios que llegarían después.

En abril de 2010 Inma Vinuesa comenzó escribiendo:
Sophie era una chica solitaria, introvertida y sin mucho interés por socializase. Vivía a las afueras de Edimburgo, ciudad que le producía un gran temor e inseguridad principalmente cuando oscurecía y todas las historias tétricas de los pasadizos subterráneos afloraban a la superficie de las calles llenas de fantasmagóricos disfraces.”
El proceso de construcción de la novela fue expuesto en internet durante nueve meses, y los lectores opinaron sobre cada uno de los capítulos en los momentos de su creación. Ellos han seguido, paso a paso, la construcción de una historia sobre la que también tienen mucho que decir y que contar. Es una especie de meta novela en la que los lectores han escrito otro libro paralelo contando lo que sucedía en la “otra” novela: la novela sobre la novela que se estaba escribiendo y sobre la que los lectores podían opinar capítulo a capítulo. Nada condicionaba lo que escribiría cada uno en su turno excepto el de dar una cierta continuidad a lo ya publicado previamente. Nada se pactó. La historia continuaba siempre partiendo de los hechos anteriores, pero nadie estaba sujeto a acontecimientos posteriores.

Los propios autores han declarado que esta es una obra que nace sin plan de escritura previo, sin personajes definidos y, mucho menos, sin final. Han hablado de la dificultad que entraña escribir una novela entre varios; de cómo ha sido la experiencia vivida en el proceso de escritura y de cómo los personajes tomaban el rumbo que cada cual quisiera darle. (Pienso en estos momentos que la personalidad de Sophie era tan fuerte que nadie tuvo valor para matarla, antes bien, la dejaron caminar con su cojera y la dejaron vivir para que pudiera dar sentido a los demás personajes y a la noche de una ciudad como Edimburgo). De lo que seguramente no hablaron es del fruto de esa ilusión colectiva, de ese esfuerzo creador que les ha conducido a tener hoy entre sus manos la novela terminada, hecha realidad. Y creo que ni ellos imaginaron un día que aquella muchacha tan triste y tan gris que empezaba su paseo en solitario por una callejuela de Edimburgo acabaría siendo tan hermosa, tan llena de vida y de futuro.


Elsa López

La Laguna. 26 de Mayo de 2011