18 nov 2010

Escribir con las tripas, con ruido de fondo


Flamenco pidió, parece que hubiera pasado una eternidad, que contase cómo escribo, que en qué consiste eso de escribir con las tripas y con ruido de fondo y no puedo negarme. Primero, justo por eso, porque Flamenco quiere saberlo; segundo, porque las experiencias paralelas que forman parte de esta experiencia nuestra, son parte importante de esta locura maravillosa en la que nos hemos zambullido. Por último, porque prometí que lo haría y no me gusta faltar a mis promesas.
Allá va.
Que soy un tanto atípica es algo que sé desde que era pequeña, quizá incluso antes de empezar a escribir, a eso de los ocho o diez años.
Tal vez por ser atípica me enerva la música relajante y me seda el heavy o el ruido de unos niños gritando en la calle, por eso escribo con las tripas, que filtran y potencian las ideas que ha cazado el cerebro.
Aunque una idea me ronde la cabeza, no escribo bien hasta que no siento esa presión ansiosa en el estómago que me dice que voy por buen camino. Sentir que las tripas se me encogen y el corazón se me acelera me hace dar el salto y las ideas comienzan a plasmarse. Entonces comienzo a escribir, mientras tanto, me limito a redactar.
El capítulo 54 fue, parece que lo hubieras adivinado, Flamenco, uno de esos que escribo de principio a fin desde la visceralidad y el ruido. Fue difícil, enrevesado, me tuvo en vilo y dando tumbos, con la cabeza demasiado llena de datos y vacía de inspiración.
En ese capítulo, sobre todo al final, la reacción física fue tan intensa que tuve que dejar de escribir parte de todo lo que me hubiera gustado. Podría echarle la culpa al aerosol o al intenso cansancio que sentía a eso de las dos de la madrugada, pero la taquicardia y el temblor estaban antes. Algo parecido, pero en sentido positivo, me produjo escribir el fragmento en que Sapo se siente despreciado porque lo han encerrado en el mausoleo. Ese fue un fragmento que surgió solo, sin una vacilación, potente en mi cabeza y mi cuerpo, con esa excitación estimulante que altera el pulso y te pone el corazón en el cuello.
A veces me siento no como una escritora, sino como una actriz que entra en la piel del personaje que interpreta. Tal vez sea ese el quid de la cuestión: sentir lo que sienten los personajes que estás creando –aunque, sinceramente, estoy convencida de que son los personajes quienes nos escogen y nosotros nos limitamos a darles carta de naturaleza. De ahí mi visceralidad: en realidad son ellos los viscerales, yo solo un instrumento que se deja influir físicamente por ellos.
¿No os pasa que cuando uno de vuestros personajes llora sentís ganas de llorar, cuando sienten miedo, notáis cómo se os encoge el estómago, cuando están peleando se os acelera el corazón y se os enfrían las manos? Estoy segura que a más de uno, aunque no le haya puesto nombre a esa sensación.
Y el ruido de fondo, lo que casi nadie comprende. Lo necesito para centrarme. El silencio me anula, salvo que me encuentre en un estado cercano al Nirvana, ennirvanada, que diría nuestra amiga Ángeles Jiménez. En ese caso, no hay problema, puedo escribir en silencio.
Pero esa no ha sido la tónica del capítulo 54. Llegué a estar tan bloqueada que desaproveché horas libres sentada frente al ordenador, navegando por Internet, yendo hacia delante y hacia atrás en los capítulos pasados, sin llegar a formarme una idea clara de lo que necesitaba para la historia. Así que hice lo que sé que, hoy por hoy, indefectiblemente, me conecta: escuchar a Metallica. Metallica nunca me falla, es como un punto trigger que me relaja y aclara la mente. Por supuesto, esta vez también escuché compulsivamente a Iron Maiden, Navajita Plateá, Noa y Mira Awad, Annie Lennox, Joe Bonamassa y algún otro, porque necesité Dios y ayuda para centrarme.
Escribir en el aeropuerto, en el tren, en un bar o en medio de una clase tediosa son alternativas estupendas al heavy: ruido externo que anula el interno y me permite concentrarme en lo importante.
En el fondo, no creo que esto sea muy diferente a escribir con música clásica de fondo o en completo silencio o con incienso o bajo la luz de un flexo. Tal vez algo menos frecuente.
Y ya paro. No deberías haberme preguntado, Flamenco, que me lanzo.
Ahora os planteo yo el reto: ¿cómo escribís los demás?

17 comentarios:

María dijo...

Querida Ana, no salgo de mi asombro, al ver las condiciones que necesitas para escribir. El caso es que te funcionan y muy bien.

Está claro que yo no "escribo" en el sentido importante de la palabra, pero hasta para hacer este comentario, necesito silencio.
Necesito silencio para leer, cualquier ruido me molesta.

Además soy de las del incienso y la música relajante, eso si, muy bajita, para dormir.

¡Qué le vamos a hacer!, a pesar de que te guste el heavy metal, Ana te queremos.

Amando Carabias dijo...

Justo como a María, Ana. Justo como a María. Al menos para arrancar, para que nada de lo de fuera me perturbe. De todos modos, cuando la idea está clara, cuando uno sabe a dónde quiere ir el silencio es absoluto en mí, sólo siente las palabras que afloran. Si mantengo, por ejemplo, "Los nocturnos" de Chopin es porque no me he acordado de que estoy con ellos. No los escucho. Yo diría que ni los oigo tampoco.
Quizá, en el fondo, no sea la cosa tan distinta, como parece a primera vista: se trata de crear una campana, un túnel, un tobogán que nos lleve a ese interior, a ese desván donde andan las ideas.

En lo que sí coincidimos es en lo de algunas sensaciones físicas, justo cuando estoy en un momento relevante, cumbre..., no sé cómo decirlo.
Creo que en todos los libros que he escrito ha habido uno o varios de esos momentos, en los que todo el organismo tiene alguna reacción física que tiene que ver con el propio acto de escribir. El más suave desde luego, es olvidarse del tiempo, mirar al reloj y sorprenderse de que han pasado tres, cuatro o cinco horas sin haberte enterrado...
En esta novela, también en el último capítulo, cuando recogí a Sapo lloroso ante el cadáver aún tibio de Deborah, tuve claro que aquella escena me atrapaba. Y esa punzada por ahí adentro que pincha con tanta fuerza, que hasta una llamada de teléfono es un suplicio, pues te obliga a regresar del mundo real, para ocuparte de lo cotidiando...
Pero reconozco que las sensaciones más drásticas las he sentido con la poesía.

Ángeles Hernández dijo...

Los que estamos empezando y sólo escribimos textos breves, bueno, yo en concreto, necesito una idea.

Cuando la idea esta clara o más o menos perfilada, esquematizo mentalmente como la voy a expresar. Después el escrito suele salir de un tirón (más correcciones).

Como ultimamente paso muchas horas en el coche, en vez de poner la radio me gusta ir meditando y poniendo ideas y palabras en mi cabeza.

Para la escritura necesito soledad, es decir que nadie me demande atención. El exterior puede ser variable, desde un aeropuesto hasta la sala de espera, depende de si estoy conmigo o no, aunque confieso que mi querida mesa y mi cómodo sillón son lo más agradable.

Cuando he escrito cosas más largas, textos científicos, hago como Ana releyendo capítulos, tengo que leer mucho, mucho hasta que consigo centrar el tema y saber qué es lo que quiero decir.

La identificación con el personaje, por razones de "inexperiencia" es par mí esencial. A veces también con alguno de los que leo.

Gracias Ana por desvelarnos tus entretelas, atípica persona. Gracias también por hacer otra entrada, así vamos manteniendo el ambientillo.

Un abrazo Á (otra atípica)

catherine dijo...

Lo poco que he escrito en mi vida era textos "profesionales": dos tesinas de química orgánica y un texto de reflexión sobre la catequesis en una école libre como decimos en francés para hablar de una escuela confesional.
Cuando era más joven podía escribir escuchando, o teniendo como ruido de fondo, canciones que conocía muy bien: Brel, Brassens, Barbara etcétera y con mucha documentación. Ahora necesito el más profundo silencio y reflexiono antes planchando o conduciendo o en el jardín, hasta para escribir cartas importantes.
Ana, adiviné que se trataba de ti solo con leer el título del post.
Parece que cada uno tiene su capítulo querido.
Sigo con mi lectura de La Esfera para encontrarme con vosotros y quizás empezaré comentando cuando haya recuperado mi retraso.
Gracias por compartir tu modo de escribir con nosotros, bises para todos.

Ana J. dijo...

Gracias, María, por quererme, incluso siendo una friki metalera.
A mí también me encantan el incienso (heavy+incienso=más friki) y las velas.
¿Lo ves, Amando? es lo que te decía, que en el fondo, es parecido.
Lo que jamás sería capaz es de estar cuatro o cinco horas haciendo nada, ni escribir, ni estudiar, ni ver la tele. Eso sí que me parece envidiable.
Te puedo imaginar sufriendo con Sapo. Creo que, en el fondo, es lo que nos engancha a la escritura: esa conexión intima con lo que estamos escribiendo.
¿A que se escribe bien en los aeropuertos, verdad, Ángeles? Creo que es de los mejores lugares para hacerlo. Todo ese trasiego de gente, las horas que se hacen eternas, y tú disfrutando con tu historia. Es genial, genial.
Catherine, no sabes la ilusión que me ha hecho que me reconocieras solo por el título. Y que estés con La Esfera. Ese blog es muy importante para nosotros y que te interese es todo un subidón.
Un abrazo muy grande para todos

Flamenco Rojo dijo...

Curiosidad satisfecha…Sabes Ana, alguna vez, mientras he estado leyendo un libro hago un “kit kat” y me hago preguntas ¿cómo estaría escribiendo el autor ese párrafo? ¿qué estaría pensando? ¿cuál sería su estado de ánimo? ¿qué necesita para escribir?...Pero claro uno no tiene oportunidad de preguntar o haber preguntado a Gabo, a Vargas Llosa, a Cortázar o a otros tantos buenos escritores estas cuestiones…Y he aquí que a uno se le presenta la oportunidad, ante un gran capítulo, de hacerlo a alguien que es amiga, y claro no desaprovecho la oportunidad de poder satisfacer mi curiosidad y le lanzo el reto. Esta amiga recoge el guante y con la misma maestría que escribió el mencionado capítulo nos cuenta qué es eso de escribir con las tripas y con ruido de fondo. Gracias Ana.

Besos.

Pd.- Al resto de plumas…No obviar la última frase de Ana.

Isolda Wagner dijo...

Increíble tu forma de escribir con las tripas. Te comprendo perfectamente lo que no quiere decir que lo comparta. A mí me pasa exactamente lo contrario, necesito para leer o escribir, música clásica y silencio siempre; el momento depende, me da igual con un sol espléndido en el hueco del día que con nocturnidad y alevosía. El resto del día es para lo prosaico, qué remedio!
Besos desde tu norte.

Ana J. dijo...

También yo me hago esa pregunta a veces, Flamenco. Muchas, para ser exacta.
Gracias por interesarte por lo que nos sucede cuando hacemos eso tan íntimo y tan exhibicionista, a un tiempo, que es escribir.
Y por incitarnos a ir más allá de la mera publicación de una historia.
Besos

Ana J. dijo...

Isolda, siempre sueño con escribir así, en silencio, en un lugar relajado... es como una meta, como el ideal de lo que debe ser un escritor, como una imagen romántica. A veces lo consigo, muy pocas y, la verdad, me deja muy sabor de boca realmente bueno.
Un abrazo desde tu sur (no te importa que me aproveche de tu despedida? es que me ha encantado)

Isolda Wagner dijo...

¿Cómo me va importar, querida Ana, coge lo que te apetezca? Y ya sabes los sueños están para soñarlos; mientras, escribe con todo el ruido que precises. Si lo haces así de bien, ¿para qué cambiar?

Ana J. dijo...

Muchas gracias, Isolda.
Un besazo

Ana J. dijo...

Muchas gracias, Isolda.
Un besazo

Inma Vinuesa dijo...

Ana ya estoy empezando a conocerte un poquito, cuando leía esta entrada te imaginaba y la sonrisa era imposible disimularla.
Ana siempre dice que no puede escribir sobre ella o sobre cosas que le han pasado, pero escribe como es ella, auténtica, con la garra del que sabe que lo que hace es importante, con la fuerza de la pasión por la escritura.
Ana eres una escritora magnífica, llegarás muy lejos, porque eres diferente como metálica, porque sabes leer y escribir entre líneas, porque haces remover al lector en cada palabra que hilas con sabiduría.
Yo creo que podrías escribir donde fuera como fuera, con ruido sin ruido, de noche de día, sentada de pie...
Porque la escritura está contigo y en ti.

Ana J. dijo...

Inma, sigo sin encontrar las palabras adecuadas para expresar la emoción que me han provocado tus palabras. Menuda escritora!!
Supongo que llevas razón y puedo escribir en cualquier circunstancias, menos en estas...
No sabes cuánto te agradezco lo que me dices y, sobre todo, lo que late por debajo.
Un abrazo king size.

Anabel dijo...

No podía ser de otra manera, Ana. Eres la vitalidad con patas, no estás hecha para el relax, es lógico que del barullo te surjan las mejores ideas y desde las tripas.

Otra manera de escribir, de crear.

Estoy aprendiendo mucho.

Un besote

Marcos Alonso dijo...

Resulta sorprendente como asocias esa música dura con la acción de escribir. Quizá no sea concentración lo que necesites sino, y sospecho que yo también, estrés, como algo que revuelve nuestro organismo y contorsiona nuestros músculos hasta parir, como si de un escupitajo se tratase, esas ideas escondidas en lo más recóndito de nuestras mentes o del alma. Cada uno, según nuestra forma de ser, actúa de manera diferente ante los estímulos, por eso desde que conozco mejor a Ana siempre le hablo en forma de rap.

Besotes y abrazotes.

Ana J. dijo...

Queridos Anabel y Marcos: perdón por no haber contestado a vuestros posts pero ya no me llegan al correo y pensé que, como habían publicado Amando y los demás, mi turno se acabó. Hoy se me ha encendido la lucecita y pensé que lo mismo me había perdido algo... y así era.
Muchas gracias, amigos. Yo sí que aprendo de vosotros, aunque lo de rapear me va a costar un poco más.
Un abrazo de corazón